A veces aparecen vehículos claramente adelantados a su tiempo. Que se lo digan a Renault con su Avantime, por poner un ejemplo. La Brubaker Box fue un concepto similar, nacida allá en los años 70. Su diseño fue tan futurista que aún hoy, casi medio siglo después, nos encanta y seguimos deseando que algún día se haga realidad.
Puede que nunca hayas oído hablar de la Brubaker Box, en parte porque solamente se fabricaron tres originales y luego otras 50 bajo la firma AutoMecca. Yo, sin ir más lejos, la desconocía hasta hace unos días que empezaron a circular por la red unos diseños de Samirs Designs, y en los cuales se reinterpretaba este vehículo nacido en los años 70. Rápidamente me puse a buscar información porque si el prototipo actual tenía algo que me llamaba la atención, a buen seguro el original me dejaría completamente enamorado. Y así ha sido.
Conocer la Brubaker Box es conocer a su diseñador, Curtis Brubaker. Un tipo que nos podía recordar a Preston Tucker (creador del Tucker 48, “el coche que era demasiado bueno para Detroit”), o incluso a John DeLorean, creador del icónico DeLorean DMC-12. Y por desgracia, el final de todos fue también igual de trágico.
Brubaker era un afamado diseñador que había estudiado en el Art Center de Los Ángeles, uno de los más prestigiosos del mundo. Antes de crear su propio estudio de diseño había estado involucrado, por ejemplo, en el desarrollo de los famosos Lear Jet (uno de los mejores jet privados de los años 60 y 70). También había trabajado con General Motors diseñando interiores de Cadillac y algunos prototipos.
Pero no era un tipo, digamos, corporativo (en el sentido de trabajar para otros), y por eso regresó a California para abrir su propio estudio de diseño desde el que trabajar, externamente, para las marcas de automóviles. Y si algo hay en California es sol, pero también surfistas. Y a finales de los 60 lo que más había eran furgonetas Volkswagen, bastante maltrechas, deambulando de un lado para otro.
Si pensamos en la cultura del surf de aquella época, es inevitable no acordarse del Meyer Manx. Es el buggy californiano por excelencia, diseñado por Burce Meyer sobre el chasis de un Volkswagen Type I (Beetle) recortado. Fue tan popular que rápidamente se multiplicaron las empresas por la costa oeste que ofrecían kits para acoplar a la plataforma del coche alemán.
Estos vehículos eran geniales para la playa, e incluso podías montar las tablas en la parte de arriba para ir de un lado para otro. Pero no tenían la misma practicidad que, por ejemplo, una furgoneta al uso la cual te permitía pasar días acampado directamente al lado de las olas. Fue pensando en ello cuando a Curtis Brubaker se le ocurrió la idea de fabricar un Meyer Manx reconvertido en furgoneta. Pero no a una cualquiera sino a una con estilo. Una Sports Van como se le conoció en aquella época, y además con la posibilidad de rodar más que dignamente sobre la arena.
Trabajando junto a Todd Gerstenberger y Harry Wykes, Brubaker diseñó en 1972 un kit de aspecto futurista con un frontal y trasera inclinada (sobre todo la delantera), un techo desmontable con una zona acristalada y una sola puerta corredera en el lado del pasajero. Todo había sido diseñado para acoplarse, sin demasiada dificultad, al chasis desnudo de… efectivamente, un Volkswagen Type I.
En una entrevista a Curtis Brubaker hecha por la revista Autoweek en octubre del 2000 (que podéis ver en este enlace), el propio diseñador hablaba sobre sus primeros diseños:
“Fue un diseño en formato monovolumen. Hicimos una maqueta allí mismo, en nuestra oficina y trajimos inversores. La gente se entusiasmó y acabamos recaudando una pequeña cantidad de dinero”
Pero no fue hasta que vio la reacción de la gente en el Salón Internacional del Automóvil de Los Ángeles cuando Brubaker se decidió a dar el paso y lanzar su Brubaker Box, pero no como un kit, sino como un coche completo.
El problema vino del hecho de que no fue capaz de negociar con Volkswagen a la hora de conseguir los chasis desnudos tan necesarios. Para seguir adelante se vio obligado a comprar los Volkswagen Beetle en los concesionarios, desmontar todo lo que no necesitaban (vendiéndolo para recuperar parte de la inversión) y entonces ya sí, montar las piezas que ellos habían desarrollado.
Con los 160.000 dólares que había conseguido de los inversores (que a día de hoy y teniendo en cuenta la inflación serían aproximadamente un millón de dólares), Curtis alquiló una nave y anunció que empezaría a producir sus vehículos a un precio base, sin extras, de aproximadamente 4.000 dólares (unos 25.000 dólares/23.000 euros al cambio actual).
La idea hubiese funcionado partiendo de los chasis limpios, pero al tener que comprar para luego desmontar y volver a montar, las cuentas ya no cuadraban. El vehículo debía ser barato para ser atractivo entre la comunidad de surfistas californianos de mechas rubias, y eso incluía reaprovechar el máximo número de piezas posibles disponibles, tanto de VW como de otros coches.
En este caso el motor jugaba un papel muy importante, al ser sencillo de reparar y mantener. Los asientos eran de Ford, el parabrisas de un AMC, el cristal trasero de un El Camino y los faros traseros de una camioneta Datsun. Para que os hagáis una idea.
Tras fabricar nada más que tres unidades, ese mismo año de 1972 la empresa se declaró en quiebra al no conseguir convencer a más inversores. Después de dar tumbos por aquí y allá, los moldes de fabricación acabaron en manos de Automecca, propiedad de Mike Hansen (uno de sus inversores) quien construyó aproximadamente otras 50 unidades, en este caso bajo el nombre de Automecca Roamer Sports Van. Y ahí se acabó todo.
¿Qué tenía de especial la Brubaker Box? Obviamente su diseño, que no se parecía en nada a lo que había por aquel entonces. Curtis diseñó un total de 13 paneles fabricados en fibra de vidrio montados en un chasis rígido de tubo de acero que se anclaba al chasis del VW. Estaban remachados entre sí e incluía hasta un nuevo suelo.
Como el parabrisas se adelantaba respecto a la posición original del Volkswagen Beetle aproximadamente 750 mm (y en la parte trasera se retrasaba más o menos la misma distancia), el espacio interior crecía enormemente. Además solo levantaba del suelo unos 134 cm (4 cm más alto que un Porsche 911 y 3 cm más bajo que un Nissan GT-R), y en combinación con sus ruedas, que eran de gran diámetro para poder rodar por arena, el aspecto era completamente rompedor. ¿Y qué me decís de los parachoques? Además de estar muy adelantados respecto a la carrocería, contaban con un acabado que imitaba la madera.
Como decíamos, el acceso al interior se hacía por una única puerta corredera en el lateral del pasajero. Los pedales estaban elevados, lo que le confería una postura muy peculiar al volante (no sabemos si cómoda). Al no tener puerta en el lado del conductor, el panel de la radio y otros controles del Beetle estaban montados allí. Extrañamente el velocímetro y los indicadores estaban en la base del parabrisas, es decir, bastante lejos de la vista. Mejor no ser miope.
Toda la parte delantera era diáfana y no estaba oculta por ningún panel. Solamente había una columna transversal para sujetar el volante. Allí delante se colocó la rueda de repuesto para que, en caso de accidente, ejerciese como refuerzo frente al impacto. Por su parte el depósito de combustible se colocó en el centro y desplazado justo detrás del conductor.
En la zona trasera, un asiento corrido para los ocasionales pasajeros los cuales podían viajar cómodamente, incluso con los pies encima del depósito de combustible, el cual ejercía las veces de mesa. O también lo podíamos llamar otomana, es decir, un sofá sin respaldo (aunque había una zona acolchada en el lateral). Si queríamos, el techo se podía retirar y dejar entrar más luz, disfrutando del buen tiempo californiano e imaginamos que, a veces, del exceso de calor.
Estos últimos años han surgido en varias ocasiones intentos de crear una Brubaker Box. Se habla de incluso fabricar una eléctrica aprovechando alguna de las plataformas de Tesla, pero de momento no hay nada concreto. Realmente es complicado, pues se trata de un vehículo pasional y pensado para un público muy concreto, por lo que sus ventas serían realmente escasas.
Pero no siempre hay que hacer los coches con la cabeza (o pensando en el bolsillo), a veces, hay que dejarse llevar por el corazón. Y la Brubaker Box es, sobre todo, corazón.
ender
Japan Rules!!De haber escogido una arquitectura grande, del gusto americano, esta furgo hubiese tenido un éxito mayor, amén de otras cuantas finalidades de uso.
Seguramente, pero también debemos tener en cuenta que estábamos en los años 70. En california abundaban los Escarabajo y las T2 entre la comunidad surfista y hippie. Era un coche económico, de fácil mantenimiento y prestaciones más que suficientes porque eran ligeros. La Brubaker mantenía el motor de origen y pesaba lo mismo que un Beetle con lo que no estaba penalizado en marcha.
Hola, ender;
completamente de acuerdo.
Me refiero a que es una lástima, siendo un concepto tan chulo, que no dispusiera de más capacidad, más versatilidad, comprendiendo, claro está, de su limitación de origen, pero sosteniendo que dado su desarrollo a partir de una arquitectura ya confeccionada, no subsanaran ese hándicap, a mi criterio, primordial, en términos prácticos, de polivalencia pura.
La T2 es un símbolo cultural, entre otras cosas, gracias a esa premisa de base.
Gracias por presentarme este curioso elemento, ha sido un placer el descubrirlo.
Me recuerda a un Hot Wheels y la puerta es como la de un autobús. ¡Chulísimo el aparato!
En cuanto la ví pensé en un “revival” con base Tesla.
Realmente parece un Hotweels a tamaño real. Es increíble la cantidad de empresas de vehículos de recreo que surgieron en EEUU durante los años 70. Una locura